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    Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. — Camila Sosa Villada: «La piedad es un afecto que siempre llega tarde. Un afecto muy burgués», por Núria Gómez Gabriel / EXITMEDIA EXPRESS Arte · Actualidad · Crítica / 2 de Octubre 2025 / Camila Sosa Villada nació en La Falda (Córdoba, Argentina), en 1982. Desde niña escribió en cuadernos secretos, convencida de que la escritura era ya un primer acto de travestismo. Al mudarse para estudiar Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba, comenzó a trabajar de noche en el Parque Sarmiento y a escribir en el blog La novia de Sandro, espacio donde ensayó la voz poética y narrativa que más tarde consolidaría en sus libros. En 2009 estrenó Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, obra que marcó el inicio de una década de exploración teatral. A ella le siguieron montajes como El cabaret de la Difunta Correa o Tus labios de rubí, donde desplegó su registro como actriz, cantante y performer. En escena, mezcló mitología popular, poesía y travestismo. En cine, protagonizó la película Mía (2011), dirigida por Javier Van de Couter, lo que amplió su proyección pública. En el plano literario, debutó con el poemario La novia de Sandro (2015), seguido por el ensayo El viaje inútil (2018). El gran salto lo tuvo con la publicación de la novela Las malas (2019), donde narró, entre mito y memoria, la vida de un grupo de travestis en Córdoba. El libro obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) y fue traducido a más de veinte idiomas. Luego publicó Tesis sobre una domesticación (2019), Soy una tonta por quererte (2022) y La traición de mi lengua (2025). Tesis sobre una domesticación fue además llevada al cine, con guion y rol protagónico de la propia autora. En su último libro, la escritura de Camila Sosa Villada vuelve a situar los afectos en el centro, esta vez para abordar la piedad como un afecto tardío, incómodo, incluso sospechoso, que atraviesa su obra desde Las malas hasta hoy. En un gesto que subvierte las lecturas condescendientes o paternalistas, Sosa desarma la idea de los márgenes para reclamar que su escritura nunca ha sido periférica, sino un movimiento de centro a centro. Por esa capacidad de interrogar el presente con radicalidad poética, cuestionando las categorías de género, clase y deseo, Camila Sosa Villada se ha posicionado como una de las voces más imprescindibles de la literatura latinoamericana actual. Núria Gómez Gabriel: Aunque sé que no te gusta dar cuenta de cada cosa que has escrito o dicho, puede que en esta conversación aparezcan algunas ideas de las que ya has hablado en ocasiones anteriores, pero que, en lo personal, me parecen fascinantes. Tengo entendido que has viajado a Madrid para participar en el Festival de las Ideas, a propósito de aquello que la academia ha llamado el “giro afectivo”. Es decir, el desplazamiento hacia un nuevo impulso que han tomado las emociones, tanto en el ámbito de la vida cotidiana como en el de la política y de la misma academia. Camila Sosa Villada: Acepto a regañadientes. No me gusta viajar, no me gusta irme de mi casa. Más ahora, que mis padres están grandes y tienen ciertos problemas de salud de los que me tengo que hacer cargo yo; no se pueden hacer cargo ellos, porque el mundo está hecho para gente menor de cincuenta años. Entonces, cada vez que viajo tengo una sensación enorme entre la culpa, que les pueda pasar algo cuando yo no esté, y tener que salir corriendo ayudarles. Mi agente, que es la responsable de que a mí me vaya bien, insiste en que al menos una vez al año tengo que venir a Europa, sobre todo porque hay un mercado que yo todavía no conquisté, si se quiere, que es el mercado estadounidense, que es el que te termina de legitimar. Algo que es tristísimo: significa que estamos viviendo bajo una mafia literaria. Pero sí insiste muchísimo en el mercado europeo, sobre todo en el francés y en el italiano, que es donde mejor me va. Cuando vengo para acá, vengo un poco cumpliendo con algo, cumpliendo con alguien que no es conmigo, porque por lo general no la paso bien en los viajes. Justo Madrid tiene algo, que tiene que ver con el alcohol, con los amigos, que hace que me guste más venir. Y en Barcelona me voy a tomar unas vacaciones. Núria: En relación con lo que comentas, te he leído en alguna ocasión decir que los afectos pueden definirte mejor de lo que puedes hacerlo tú. ¿A qué afectos estas escribiendo actualmente? ¿Cómo los afectos te escriben a ti? Camila: Yo creo que todo es afecto, que uno de los grandes triunfos del capitalismo ha sido convertir algunas contingencias, algunos elementos útiles para la vida, en afectos. El principal es el dinero. Que es, si se quiere, el que más curiosidad me da, porque no lo tuve nunca y ahora sí lo tengo. Entonces, es el que más me gusta bucear: el saber ganarlo. En una familia humilde como fue la mía, el dinero prácticamente tenía una silla en la mesa. Era uno más de la familia. Era un sujeto.  No hay dinero. Sí está dinero. Falta dinero. Sin dinero no podemos hacer tal cosa. Se vuelve un afecto. Así como en algún momento un escritor dijo que todo es naturaleza— incluso el aire acondicionado, la pantalla de televisión—, me parece que ahora todo es afecto. Y es peligroso no darse cuenta de que cualquier cosa se puede traducir en un valor de cambio que tiene que ver con el afecto. Incluso el afecto deja de ser afecto para volverse un interés, un valor de cambio también. Entonces, una siempre está escribiendo sobre eso. No se puede escapar de la naturaleza. Núria: Al principio de La Traición de mi lengua señalas que “escribes a los afectos con quienes no ocurre la comunicación, aunque sí la literatura.” Una idea preciosa. Y luego, trabajas de una forma excepcional entre el uso de la segunda y de la primera persona. De una forma muy generosa nos haces parte de ti. ¿Nos puedes contar un poco más sobre esta relación entre las voces y los afectos? Camila: Lo que me gusta de la segunda persona… Mirá, en Argentina no se consigue el libro de Anne Carson La belleza del marido, y lo compré apenas llegué a Madrid. Hice el check-in, me fijé en alguna librería cerca que lo tuvieran y me lo compré. En uno de los poemas dice algo así como— no cita qué antropólogo fue— que tal vez tenía razón aquel antropólogo que decía que la escritura se había hecho para dominar a los hombres y a las mujeres. Y después llegó la literatura. Después llegó el estilismo. Y cuenta cómo su esposo le había conquistado por cartas, y cómo las cartas habían hecho la diferencia entre un día divino y uno espantoso. A mí me da la sensación que hablarle directamente al lector— que también tiene que ver en cómo yo hacía teatro, y es que yo no hacía teatro con una cuarta pared, sino que esa cuarta pared en algún momento se rompía— bueno, en La traición de mi lengua, por ejemplo, es todo lo que te pueden vender, tu nombre en un grano de arroz. Entonces, vos de repente hacés tuc y lo traés. En un acto tan matón, además, porque es tan violento escribir como… bueno, sí, como una dictadura. Somos como grandes dictadores en nuestra obra, en nuestro mundo, en lo que nosotras elegimos.  Núria: Esta idea de la escritura como fascismo me lleva a pensar en tu relación literaria con piedad. Ese motivo visual que ha representado cuerpos vulnerables. Relaciones entre madres e hijas, víctimas y testigos, etc. En tu último libro, dices que “la piedad está al orden del día”, pero que hace tiempo que la perdiste y que no la busca”, que no sientes piedad por tus lectores y que “ojalá pudiera quedar incrustada como una espina que se infecta, bajo la piel de su memoria.” ¿Es la piedad un mal necesario? Es decir, aunque no lo busques, ¿de alguna forma igual está? ¿Qué lugar ocupa tu rechazo a la piedad? Camila: Bueno, es un afecto tardío, un afecto que siempre llega tarde. Es la famosa imagen de la estatua de La pietà con María sosteniendo a su hijo muerto. Es un afecto que llega tarde siempre. No es puntual. Es un afecto muy burgués. Llega cuando el chico está en la calle, pidiendo para comer, entonces sos capás de entristecerte un poco por su existencia. A mí me pasó con Las malas. Decía, qué desagradable es, qué cosa espantosa que sientan por vos. Sobre todo porqué de alguna manera yo estaba ascendiendo, estaba subiendo escalones cuando salió publicada la novela. Ya había dejado de ser esa chica que se sacrificaba hasta ese punto para poder comer, pagar su alquiler, poder existir de la forma que sea. A veces mejor, a veces peor. Entonces, cuando estaba llegando —todavía no me habían dado el premio Sor Juana de la Cruz— apareció esa cosa piadosa de decirte: ‘ay, qué fuerte’, ‘pobres las trans’, ‘ay, Dios, qué horrible este sentimiento’. Y llega tarde. Me había llegado tarde a mí y les había llegado tarde a las travestis en Latinoamérica. Había algo que se decía en torno a Las malas: que era una autobiografía, entre las tantas cosas que se dijeron de ese libro, también. Por ejemplo, también se dijo que lo había escrito Juan… Núria: ¿Te refieres al prólogo de Juan Forn? Camila: Él lo que hizo —además me lo dijo; yo entendí lo que me dijo— fue ir directamente al grano. Quería vender, y estuvo bien lo que hizo, porque la verdad es que me ayudó. Pero cuando hablaba de ese libro, yo decía: Las malas es un libro que les tiene piedad a ustedes, es un libro piadoso. Les ofrece a unas protagonistas que, hasta el final —aunque casi todas terminan muertas, salvo la voz que es la que tiene que escribir—, todo el mundo tiene la posibilidad de sentirse mejor, porque tiene la posibilidad de descubrir cuánta tristeza hay en una vida de una trava. En un momento dije: ya no soy ese tipo de escritora, lo lamento. Y aun así, todo el mundo dice: ‘es terrible, es un mundo que me destrozó’. Digo, ah, pero qué poco, con cuán poco. Núria: ¿Puede ser que esto se relacione con el cambio de foco en tu película Tesis sobre una domesticación? Todavía no pude verla, no llegó, pero vi el trailer y me pareció que es una película que no tiene piedad, que es el reverso de Las malas… Camila: Sí, sí, sí, es todo lo contrario. Incluso es todo lo contrario a Emilia Pérez, es todo lo contrario a la mayoría de películas con protagonistas trans. Incluso no es una película LGTBIQ+. Es difícil ubicarla porque, a la vez, el público que puede ir a verla —que es el público más común— mira la película y la mitad del film es una travesti cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo, cogiendo. Eso debe ser difícil de ubicar en un festival. Entonces, en los festivales no ha sido una película que se haya celebrado. Para mí es un error, porque es mucho mejor que otras películas que he visto en Cannes o en Venecia. Además, está muy bien actuada: Poncho es un actor enorme; para mí es el mejor actor latinoamericano de cine en este momento, con un conocimiento de su profesión y una sensibilidad que, a pesar de ser virginiano —y famosos por ser fríos—, decís: “mirá, qué bien que actúa, pero qué incómodo es”. Pero tampoco es una película cuir, entonces tampoco puede estar en festivales de cine cuir, que son los que legitiman de algún modo a las maricones en el cine, como sí lo han hecho con Marco Berger o con Sean Beiker. Núria: Claro, de hecho, cuando te preguntaban sobre Las Malas como un espacio en los márgenes, tu decías que en realidad ese era tu centro. De alguna forma tu movimiento es de centro a centro y eso debe ser difícil de ubicar… Camila: Sí, sí, sí. Pero te vuelvo a decir, es una película que no le tiene piedad a nada. Incluso no tuvo piedad con nosotros cuando estábamos en escena. Entonces, es muy insoportable de ver. Núria: También te has referido a la escritura como “un arañazo”. ¿A quién o a qué idea te gustaría arañarle la cara? Camila: A Trump. A Netanyahu. A los del Fondo. A los que nos gobiernan en Argentina. A Caputo. Al de El Salvador. Bueno, por supuesto, si una se quiere poner a arañar fascistas, primero tiene que arañar hasta a su padre y a su madre. Se tiene que arañar a una misma. Pero, sí, arañar en términos literarios, decís, mirá, date cuenta. Núria: En una conversación con Óscar Contardo a propósito de lo icónico de Gabriela Mistral, que pasó de ser un icono de la dictadura, del colectivo LGBTIQ+ y del feminismo, lanzaste que a ti “el feminismo te agarró pero que ya te soltaste.” ¿De qué te liberó soltar el feminismo? Camila: De las blancas. De las fascistas. De la piedad femenina. De la biologización. De los cuerpos. De la mala interpretación de la genitalidad. ¿Sabés qué? En algún momento me cansé de pelearme con la gente en las redes. Yo empecé a chatear en el año dos mil, además. Fui bloguera. Lo poco que ganábamos en la noche lo perdíamos en los cibercafés chateando con un boludo de no sé de dónde. Y en los últimos años, en las redes sociales, nunca me peleé con ningún tipo, con ningún tipo blanco, con un hetero. Son minas de clase media, universitarias, feministas, que le dan al argumento. Porque, además, todo está tejido en el relato: es puro relato. Vos, con un relato, podés… parece una frase de Moe, de Los Simpson: “todo lo podés mostrar con estadísticas”. Bueno, todo lo podés demostrar con argumentos, pero los argumentos no dejan de ser un relato. Y la naturaleza va por otro lado, tiene su propio relato, que es incomprensible para la mente humana. Entonces, liberarme un poco de esas argumentaciones… ay, qué agotamiento. Núria: ¿Cuál era el argumento que más se repetía en tus redes? ¿Qué sensación tienes al respecto? ¿Eran TERF? Camila: Mirá, al contrario de lo que se puede esperar, las TERF incluso me han enseñado mucho más que una feminista blanca de clase media argentina, lo lamento. Es decir, cuando empiezan a aparecer determinados personajes que dicen: “yo soy trans”, “mi cuerpo es trans y yo no necesito nada más que mi autopercepción para que esto sea así”, yo no tengo nada más que hacer que ir a una TERF y decirle: “ahora te estoy entendiendo”. Porque soy de otra generación. Soy una vieja vinagre, soy una vieja antigua. Soy una vieja bruta, además. Y soy una vieja zorra. Entonces, a mí no me venden que, con levantarte una mañana y decir “yo soy trans”, baste para esa experiencia que lleva años en forjarte en la montaña del destino. O sea, el hecho de levantarte siendo una trans y acostarte siendo una trans para mí sí tiene importancia. Tal vez, para otras no. Núria: ¿La clase es un género? Camila: Sí, es una identidad. Núria: A propósito de ser leída, planteas el peligro de “ser legible” para el Norte Global. Has señalado que “Lo más importante hoy es ser indescifrable, ser un desconcierto, un misterio.” ¿Cómo se escribe la indocilidad sin caer en exotismo ni en nota al pie pedagógica? Camila: Yo tengo ganas de dominar la escritura. Tengo ganas de ser totalmente consciente de lo que estoy escribiendo. Por supuesto que eso no se puede hacer. A ninguna escritora le sucede, por muy buena que pueda ser. Por ejemplo, en Tesis sobre una domesticación yo podía ir a jugar a estar enamorada de Poncho, a excitarme con los actores con los que me tenía que excitar y a odiar a las actrices a las que yo tenía que odiar. Lo jugábamos y, si eso no resultaba, daba marcha atrás. Cuando el juego funcionaba, todo se volvía increíble, porque todo se volvía verdad. Núria: Ah, pensaba que cuando nombrabas las maravillas de la gramática era algo irónico… Camila: No. Es totalmente cierto. Me gustaría ser como Joan Didion, ese tipo de escritora. Eso también implica la clase. Un tipo de aprendizaje, de cómo se aprende a escribir, que yo no tengo. Núria: “Quiero ser bella cuando todo se derrumbe a mi alrededor”, escribes en La traición de mi lengua. ¿Qué es para ti ser bella? ¿Qué precio has pagado en tu búsqueda particular de la belleza? Camila: La belleza es un afecto ajeno. Es mentira eso de que vos podés verte y saberte bella. Siempre es un afecto ajeno, ocurre para otro. No creo que vos podés decir: “Me levanté y me siento bella, soy guapa”. No me corresponde, es algo de lo que no me hago cargo. Ahora, sí entiendo que no tiene que ver con la belleza, sino con el hecho de decorarse, ponerse aros, lo que una hace sobre su propio cuerpo para ver si sucede o no en el otro. Y, cuando eso pasa, es algo espectacular. También noto que cada vez me pasa menos. La soledad se va haciendo cada vez más contundente en los bares. Sobre todo en los bares. Donde más me ha gustado a mí saberme bella: solo porque el otro me devolvía su mirada de asombro, de estupor, de lo que sea, incluso cuando el otro sabía que yo era tans y yo sabía que ya había calado dentro de ellos. El precio que pagué para eso fueron cinco mil dólares las prótesis. Dos mil dólares la operación. Unos dos mil dólares más del posoperatorio: son nueve mil dólares de pechos. La nariz creo que fueron… Más todo lo que todo te vas poniendo en la cara, en la piel, los tratamientos que vos hacés, incluso el perfume. Núria: En una entrevista reciente con Marcela Ayora dices que “el deseo es algo conducido, no es algo genuino” (por la publicidad, redes sociales, etc.) y que hay que “abandonar el deseo como único motor de vitalidad. Pensar qué sucede con la vitalidad cuando lo dejas todo y te abandonas en una cama a ver qué pasa”.  En otra, añades que “en términos políticos, una de las mayores revoluciones es dejar de desear, es una apostasía del deseo. Lo que necesita el mundo es gente que deje de hacer cosas”. ¿Cuánto tiempo pasas en la cama? ¿Para ti ha sido fácil dejar de desear? ¿Algún consejo? Camila: Consejos, no. Pero sí paso mucho tiempo en la cama. Si estoy en alguna relación, les hago mucho mal porque los traigo a mi cama. Comemos en la cama, vemos tele en la cama, nos pasamos todo el día en la cama. Y no hay nada más lindo que parecer un cadáver mirando HBO. Creo que el deseo se ha vuelto una gran incógnita, en parte como un detrito del psicoanálisis. Algo que no se puede nombrar. Algo que no se puede decir. Algo que es mayor que todo. No estoy tan segura de que eso sea así. Deleuze decía que es un pensamiento. A mí me da la sensación de que hay algo entorno a eso. Incluso en la exacerbación de los sueños. Un periodista me preguntó: “¿Qué sueños has cumplido?”. Los sueños no se tienen que cumplir. Y el deseo tampoco. Basta con que esté, con que exista. Pero el estado más perfecto para mí es estar dormida. Dormir para mí es la cosa más hermosa. Y dormir con alguien, poder acompasar la respiración, que los ruidos del otro no te molesten, que tus propios ruidos le molesten al otro, y poder dormir, dormir, dormir… Me parece que es el estado más perfecto que existe. Hay una frase en El Evangelio según Jesucristo que dice algo así como que, cada vez que José se levanta, se lava la cara y dice: “Gracias Dios por devolverme el alma esta mañana”. Es como si estuvieras durmiendo y te extrajeran todo eso que vos tenés encima y se lo llevaran a otro lado, y solamente queda tu cuerpo ahí, haciendo lo que tiene que hacer: tejer las células, cicatrizar las heridas. Ese es el estado más perfecto. Núria: ¿Esto siempre fue así? Camila: No. Antes me levantaba con los primeros rayos rojos del sol, a las seis de la mañana. Me despertaba e iba al trabajo. No. Esto fue así cuando empecé a ganar dinero. Darme cuenta que se podía también dormir. —