«The Case For Letting The Stars Determine Who I Date» es un ensayo acerca de cómo la ideología del Big Data actualiza ciertas referencias arcaicas de las artes adivinatorias. En el universo computacional de la vigilancia emocional, los algoritmos funcionan como oráculos: tienen la capacidad de determinar el futuro de los usuarios conectados en red según sus patrones de consumo. Los algoritmos ya no son simplemente instrucciones para ser ejecutadas, sino que se han convertido en entidades escénicas que seleccionan, evalúan y transforman las infraestructuras urbanas y las formas de vida.
Música de Laura Llaneli.
En el marco de la exposición One Day I Ran Into a Meteorite, comisariada por Carolina Ciuti en FABRA I COATS y producida por LOOP Barcelona Festival 2020.
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La astrología es una interpretación creativa, simbólica, intuitiva y a menudo espiritual basada en la información astronómica en la que la lectura de la posición de los astros en un momento concreto sirve para comprender y organizar el conocimiento sobre la realidad y la existencia humana en la Tierra. A lo largo del tiempo numerosas civilizaciones han utilizado distintas formas de astrología y han dejado la labor interpretativa en manos de personas singulares dentro del grupo social, como chamanes, sacerdotisas, magos y adivinos.
Aunque nunca hemos dejado de caminar bajo las estrellas, hace ya tiempo que nuestra sociedad renegó de este tipo de conocimiento en pro de un pensamiento racional, moderno y científico. Aun así, los conocimientos ancestrales siempre han permanecido entre nosotros de algún modo; colectivos y grupos de toda índole los han recuperado en ciertos periodos, y algunos hasta han sufrido persecución por ello. Si bien hoy podemos hablar de un resurgimiento del interés por la magia, el esoterismo y la espiritualidad, no hay que obviar que este cuenta con precedentes históricos y que lo de “mirar al cielo en busca de respuestas” no es algo que hayamos descubierto nosotros.
El mundo —desde que es mundo, como dicen algunos— siempre ha estado en crisis. Cada una de esas crisis funciona como una especie de reset que lleva a pensar que todo está de nuevo por hacer y que todo lo descubrimos por primera vez: cada nacimiento, cada muerte, cada enamoramiento o desamor… Nuestra incapacidad para recordar lo que no hemos vivido, nuestra relación puntual y abstraída con el cosmos, nos lleva a pensar que la crisis actual es la peor y más brutal, el cambio más inesperado, el descalabro más grave, y que el futuro es más impredecible que nunca.
“Desde que el mundo es mundo” sugiere que hubo un tiempo en que el mundo no era mundo, sino otra cosa, o que simplemente no era: un mundo anterior al mundo, al mundo tal como lo conocemos. Tal vez la incapacidad de recordar lo que no hemos vivido nos haya regalado, en cambio, la capacidad de imaginar individual y también colectivamente, con la que hemos creado universos paralelos en los que ubicar todo aquello que no sabíamos cómo pensar. La generación de olvido produce una necesidad constante de ubicar un origen. Los astros resultan tan previsibles como desconocido el universo, y en este margen de incertidumbre es donde hemos proyectado nuestras creencias, miedos y deseos. Este es el espacio en el que se erige un imaginario común que comprende desde un agujero negro y el fondo cósmico de microondas hasta otras formas de vida, seres extraterrestres y, sobre todo, un espacio sin tiempo mitológico y legendario.
En la actualidad, el resurgir de sistemas de interpretación de la influencia de los astros en nuestra cosmología neoliberal nos habla, por un lado, de la pervivencia de una fascinación ancestral por el cielo nocturno y de la necesidad de explicar el origen y el destino, pero sobre todo nos habla de una maquinaria de explotación de estas necesidades y de un sistema ávido de explotarlas para extraer un rendimiento conforme a las características propias del tiempo presente.
Una de las características más terroríficas de ese monstruo al que llamamos capitalismo es su capacidad para devorar cualquier forma o tipo de expresión, ideología, acontecimiento cultural o lo que sea, por muy anticapitalista que parezca. De hecho, como cuenta Mark Fisher, fagocitar, “preformar” ya antes de que pueda ser radical, es su responsabilidad. Es difícil encontrar un fuera, un contra o un anti que resista los embates del capital: todo es susceptible de ser incorporado y capitalizado; incluso las estrellas.
Si dejar que los astros determinen nuestro destino parecía ser, en otro momento, cosa del pasado, de locos, de frikis, de feministas, de brujas, de crédulos o de comunistas, hoy ya no es así. Núria Gómez Gabriel, cual sacerdotisa contemporánea que lee el cosmos internet, nos cuenta con The Case for Letting the Stars Determine Who I Date cómo se ha producido este fenómeno de canibalización de los oráculos y la astrología en el lenguaje mediático utilizado por las grandes corporaciones que operan plataformas y relaciones virtuales, y cómo esos conocimientos, en consecuencia, se han visto transformados en el mundo contemporáneo.
Una de las aplicaciones más usuales de la astrología es la carta astral, en la que el astrólogo realiza una interpretación gráfica del cielo en la hora y el lugar exactos del nacimiento de una persona. La astróloga Renée Sils explica en su web Embodied Astrology que esta representa la primera impresión de luz y vibración, la cual, a su vez, establece una base en la percepción y la personalidad de cada individuo. En cierto modo la idea de la carta astral nos remite a un origen común (las estrellas) que nos convierte a todas en hijas de las mismas madres y nos acoge bajo un mismo techo, pero un techo que no siempre es igual. Las estrellas son lo más íntimo que nos define, pero también todo lo contrario: son el origen y todo lo preindividual.
De forma parecida operan los algoritmos, que codifican nuestra conducta y la vuelven identificable y al mismo tiempo son lo más impersonal de cada una de nosotras. Las estrellas, al igual que los algoritmos, nos dicen que esa parte no individual de nosotras que nos conecta con un más allá no es algo a lo que podamos acudir mediante un ejercicio de memoria para recordar un hecho cronológicamente anterior, sino que nos retorna constantemente a lo que Agamben denomina, en su texto Genius, un “presente inmemorial”, que remite al “tiempo sin tiempo mitológico”. La búsqueda de algo espiritual estaría hoy vinculada no tanto a buscarse cada cual a sí mismo para hallar un yo individuado como a aquello que nos pone en relación con el mundo. Los algoritmos y las estrellas son aquello que tenemos pero no nos pertenece, esa parte que conecta el interior y el exterior, el yo y el mundo, y que pese a ser nosotras nos resulta desconocido. Las respuestas que buscamos en la predictibilidad de los astros, o cada vez que ponemos nuestros algoritmos a funcionar —cuando abrimos Tinder o Instagram—, son, al fin y al cabo, el impulso de comprobar que no estamos solas en el mundo, un gesto para dejar un rastro y al mismo tiempo encontrar las huellas de la actividad de otras existencias igualmente solitarias.
El modo en que leemos los astros en cada época no solo da como resultado una determinada cosmología, sino que el sistema de interpretación evidencia quién los está leyendo, cuándo y dónde, y este es el ejercicio que propone The Case for Letting the Stars Determine Who I Date. Por eso podemos concluir que con los astros no se juega, pues revelan mucho más de nosotros de lo que nosotros podemos llegar a saber de ellos.
Caterina Almirall