NÚRIA GÓMEZ GABRIEL
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MOURNING PEDAGOGIES. A REFLECTION ON THE INTIMATE EXPERIENCE OF DEATH, ITS IMAGINARIES AND THE RECOVERY OF THE SYMBOLIC FRAMEWORKS OF GRIEF AND LOSS

✟ IBAN OSCURO POR ENTRE LAS SOMBRAS (they roam darkly amidst the shadows) ✟

Spectropolitics: Image and Hauntology in Contemporary Art Practices

The Case For Letting The Stars Determine Who I Date

LOVE ME, TINDER

AMOR ANDROID

SCREENING PERFORMANCES

Correspondences – letters as films

LEVE 5

Perversions and desire

Embodied Cinema

SORTING FACTS

The photographs in the Iconographie haunt its pages

BLACK OR WHITE SCREEN: THE POWER OF SEEING IMAGES TOGETHER

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EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     — EL ESPECTRO DE LA INCERTIDUMBRE 8 de agosto de 2019 · Núria Gómez Gabriel · No sé si habrás tenido alguna vez la sensación de compartir tus experiencias con voces del más allá. Fantasmas que, lejos de aparecer bajo una sábana blanca, te susurran al oído y murmuran como una desdeñada voz que te acusa de autoindulgencia. Te preguntan si serás capaz de conseguir aquello que anhelas, si serás lo suficientemente buena en todo aspiras, si tus deseos son auténticos o si son un simulacro y carecen de realidad. Y, en esos murmurios aparece una especie de culpa o de malestar que de pronto asocias con la falta de voluntad. Piensas que sigues fumando porque no tienes el autocontrol suficiente como para resistir a la tentación o aceptas un nuevo trabajo porque todavía puedes crecer un poquito más. Revisas tus objetivos. Te recuerdas a ti misma que cada vez estás más cerca de conseguir lo que realmente quieres o que necesitas un cambio de vida y una terapia conductual. Puede que incluso hayas llegado a pensar que como individuo posees la posibilidad de ser quien quieras. Y entonces, como es muy difícil identificar de quién son esas voces y si ellas te pertenecen, te veas amenazada por una creciente pérdida de identidad o una vertiginosa no-realidad. Los límites de tu cuerpo colapsan. Sales a la calle para buscar algo que te reconecte con tu cuerpo. Decides probar con una clase de yoga flow para tonificar tus músculos o tomar un cuarto de pastilla de éxtasis y dejar definitivamente de pensar. Puede que el día siguiente te preguntes si fue demasiado, mires tu agenda en el móvil y elimines las fotos en las que apareces con la mirada dislocada y decidas continuar. / Cambias de opinión tres veces al día. Hace poco leí una entrevista Pablo Gisbert donde citaba una frase de Albert Boronat. «Dijo: frente al problema de la independencia en Catalunya soy capaz de cambiar de opinión tres veces en un mismo día» Lo sentimos todas porque, según el dramaturgo, es tal el bombardeo de la emoción y de la percepción que frente al caos que no logras posicionarte. Hablas con la gente y cambias de opinión. Igual que cuando lees el periódico o surfeas por las redes. La entrevista seguía al hilo de una discusión sobre la esquizofrénica política de nuestras vidas y sobre la necesidad de negar aquello que hacemos para poder desprendernos de nuestra responsabilidad. «Michel Houellebecq dijo: yo me irresponsabilizo de lo que escribo». Los sacerdotes y los científicos necesitan la verdad. También los políticos y los medios de comunicación masiva. Pero los artistas pueden prescindir de su responsabilidad porque no tienen ninguna verdad. / Las fotografías de Rafa Arocha no son el certificado de autenticidad de un testimonio, sino más bien el testimonio del modo en el que habita esa verdad (mística), la de los sacerdotes y los políticos, en nuestras vidas. Todo es verdad es, si acaso, un ejercicio de negación que se propone asediar [Hanter] al fantasma de la incertidumbre. El asedio tiene que ver con expresiones como el «conjuro» o «encantamiento» y a veces se utilizan en relación al «embrujo» o al «embrujado». Aunque el asedio militar consiste en rodear una posición, pensaremos aquí que asediar es una forma de estar en un lugar sin ocuparlo. Es, como diría el filósofo Jacques Derrida, el modo de habitar de los espectros. El fantasma, a su vez, es la frecuencia de cierta visibilidad. «La visibilidad de lo invisible». Aquello que imaginamos, que creemos ver y que proyectamos en una pantalla imaginaria. «A veces, ni siquiera hay pantalla». El espectro primero nos ve, del otro lado de ojo, como una mirada visceral. Nos sentimos observados, vigilados…quizás poseídos. Al pasar las páginas de este libro tengo la sensación de que el conjuro o encantamiento a la verdad funcionan aquí como un exorcismo mágico a los espectros de la incertidumbre. Un intento de liberar los fantasmas de la duda y la confusión permanente que nos arrojan a un mundo desajustado, inarmónico, descompuesto, desacordado, injusto… La incertidumbre en Todo es verdad está inscrita en los lugares y personajes que transitan a lo largo de sus páginas. Pero sus trayectorias, expresiones y movimientos no (re)parecen de forma individual sino que parecen ser el resultado de «fuerzas sociales reales». Una atmosfera capturada como la mirada visceral que nos mira sin que seamos capaces de identificarla. / «Todos los fantasmas se proyectan en la pantalla de ese fantasma», dice el filósofo francés. Como la televisión de futuro, que se proyecta directamente en el fondo de tus retinas, o como la forma en la que el sonido de tu teléfono suena en el fondo en tus oídos. Y aquí resuenan en mi cabeza las palabras del crítico musical Mark Fisher cuando decide compartir sus experiencias acerca de los episodios de depresión a lo largo de su vida. Lo hace, no porque crea que hay algo especial o único en ellas sino porque a las formas de depresión, según dice, son «mejor entendidas y combatidas a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y psicológicos». Escribir sobre la depresión es difícil igual que fotografiar el asedio de los fantasmas que dirigen nuestras vidas. Puede que sea porque cambiamos de opinión tres veces al día, o porque no sabemos si somos realmente buenas en aquello que hacemos, si vamos en la dirección correcta de nuestras vidas o si nos sentimos suficientemente seguras de aquello pensamos. La causa más probable de los sentimientos de inferioridad son, como dice Fisher, el poder social. El espectro político que pone en duda el derecho de estar ahí, «en ese cuerpo, vestido de ese modo».  Pero la duda, la incertidumbre, parecen conjurarse en estas páginas como un ejercicio mágico de fuerzas ocultas, una alianza política o un gesto de irresponsabilidad.                                     —